Durante la década de los ’80, entrevisté a importantes intelectuales argentinos bajo diversas circunstancias. Con Borges conversamos tres horas durante una caminata; a Sábato lo visité en su casa, y luego mantuvimos un intercambio epistolar. Pero muy diferente fue lo ocurrido con Marco Denevi, el autor de “Rosaura a la diez” y “Ceremonia secreta”.
Llegué a Denevi no a través de la lectura, sino a través de una serie policial, División Homicidios, que se emitía en 1976 por Canal 9 de Buenos Aires, Argentina, escrita por él e interpretada por José Slavin. Eran programas unitarios cuyo guion me atrapaba todos los jueves al regresar de las clases nocturnas en la Facultad. Cada capítulo planteaba un enigma cuya sorpresiva resolución se producía en el último bloque, al mejor estilo de los cuentos con secuencia “hilo, nudo y desenlace”.
Cuando hablamos telefónicamente, me dijo que no daba entrevistas y que le enviara el cuestionario por escrito. Si él lo veía pertinente, lo iba a contestar. Pocos días después recibí una carta con la respuesta, una foto suya fumando un cigarrillo y una tarjeta personal con su saludo, firmada por él, que guardo como recuerdo.
He decidido transcribir el reportaje -en realidad un diálogo en dos tiempos- tal cual fue publicado en la edición de junio de 1987 en El Expositor Bautista, con minúsculos cambios de estilo, dejando íntegramente la introducción, mis interrogantes y sus respuestas. Incluso conservo las notas al pie que hice en aquel momento.
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EL ESCRITOR Y LA BIBLIA
Junio 1987
“El bien de un libro consiste en ser leído; un libro está hecho de signos que hablan de otros signos que a su vez hablan de las cosas” (palabras de Guillermo de Baskerville, un personaje de Umberto Eco, en “El Nombre de la Rosa”[1]).
Nada más sugestivo que las palabras. Crean imágenes; dibujan en nuestra mente la geografía de los acontecimientos o fijan la arquitectura frágil o segura de nuestros sentimientos. Mediante las palabras es posible el pensamiento y la expresión cabal y generosa de nuestras vivencias interiores.
Por ellas la lectura nos permite acceder a universos ignorados, disecar prolijamente misterios que nos acosan y comprender a otros y ser comprendidos.
Alguien me dijo alguna vez que el oficio de un escritor son las palabras. Haciendo gala de su singular amor por ellas, Neruda escribió: “Pues son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola… Todo está en la palabra”[2].
Libro misterioso la Biblia. Creo que era Karl Barth[3], probablemente el teólogo protestante más importante del siglo XX, quien la definía como “las palabras acerca de la Palabra”. Para los cristianos, Dios sigue revelándose en esas Sagradas Escrituras, signo inequívoco de su especial interés en comunicarse con los hombres..
Y así como Dios habla, los hombres también nos comunicamos, tejiendo inacabables redes de palabras. Las palabras, denominador común entre creador y criatura, instrumento de comunicación y diálogo.
Creí, y no me equivoqué, que sería sumamente provechoso interrogar al respecto a Marco Denevi, un hombre de Letras, reconocido en la Argentina y fuera de ella. El autor de “Rosaura a las diez” y “Ceremonia secreta” respondió amablemente a todas las preguntas dando muestras de una honestidad intelectual poco frecuente en nuestros días.
PB: A fines del siglo XX el hombre posee videotapes en los cuales imprime imágenes de su existencia que legará a la posteridad. Dentro de poco tiempo no resultará asombroso que los tataranietos observen en una delgada pantalla y a todo color el casamiento de sus tatarabuelos. Escucharán sus voces, los verán caminar, conocerán sus gestos. Yendo aún más lejos, ya están al alcance de muchos las computadoras personales que almacenan en livianísimos discos el conocimiento universal; juegan con él y lo dan a conocer en pocos segundos a un operador que sólo debe oprimir unas teclas para obtener la información deseada. Sin embargo, la transmisión testimonial de los sentimientos de una generación o época, sea cercana o antigua, parece reservada a la literatura. En su opinión, ¿en qué medida el lenguaje es capaz de expresar la condición humana? ¿cómo es posible ese mismo lenguaje trascienda la mera información y llegue a ser un reflejo de la conciencia de los hombres?
MD: Para empezar, recordemos que no hay condición humana sin lenguaje. El hombre es el único ser vivo que le da nombre a las cosas materiales e inmateriales, gracias a lo cual puede sobreponerse a la continua fluidez de la realidad. El lenguaje se introduce en la realidad como un ordenador, como un coordinador. Sin él, la realidad sería una malla caótica, siempre cambiante, siempre desprovista de sentido. “El hombre es un junco, el más débil de todos, pero es un junco que piensa”, dijo famosamente Pascal[4]. El hombre piensa gracias a las palabras, valiéndose de ellas, expresándose a través de ellas. No habría un desarrollo de la conciencia si nos faltasen las palabras. Todo sería, en nosotros, impulsos, sentimientos, sueños, pero no razón. Por supuesto que con las palabras “informamos”, pero también pensamos, razonamos e imaginamos.
PB: Las palabras canalizan la comunicación. ¿De qué modo las palabras afectan la vida del hombre? ¿Son los hombres los que dominan las palabras, o, en realidad, son las palabras las que mueven a los hombres?
MD: Henry Barbusse[5] responde por mí: “Primero hicimos de cada experiencia un signo, después de cada signo hicimos una experiencia”. Las dos alternativas que propone son válidas: dominamos las palabras y las palabras nos dominan.
PB: Aunque se dice que este es el siglo de las comunicaciones, el hombre parece estar más solo que nunca. Al contrario de lo que sucedía a finales del silgo XIX, viene creciendo una ola de escepticismo en relación al futuro, fácil de advertir en algunos movimientos generacionales, como los punks. ¿Qué lugar ocupa la literatura en este marco de negativismo supremo?
MD: No es que el hombre esté más sólo que nunca. Ocurre que cada vez somos más y esa incesante multiplicación altera las relaciones entre “uno” y los “otros”. En el siglo XVIII, un hombre se relacionaba, término medio, con no más de veinte personas cada día, de las cuales diecinueve le eran conocidas. Hoy convivimos con miles y miles de seres anónimos para nosotros. Antes se compartía casi todo con los demás. Ahora se comparte casi nada. De ahí esa sensación de soledad. La literatura corre en nuestro auxilio: vienen a decirnos justamente aquello que ignoramos de “los otros”.
PB: Hay libros y autores que han marcado a toda una época. Sabemos que en la Edad Media para citar la autoridad en alguna materia se afirmaba “Los antiguos dicen…”, haciendo referencia a Platón y a Aristóteles. Pero en el caso de la Biblia esa influencia parece trascender las circunstancias históricas y proyectarse más allá de los límites que la temporalidad impone a otras obras literarias. ¿A qué atribuye esa suerte de perennidad?
MD: Las grandes religiones occidentales, que consideran a la Biblia como revelación divina, contribuyen a su perennidad, pero admitamos que no es el único texto que ha sabido sobreponerse al tiempo: también gozan de ese favor los trágicos griegos, los poemas homéricos, Dante, Shakespeare, Cervantes. Claro que la Biblia sobrepuja a todos en materia de autoridad y difusión gracias, como dije, a su calidad de libro sagrado para judíos y cristianos, que suman millones. Pero, en términos generales, es una obra intemporal cuando se dirige derechamente a la índole humana, por encima de las añadiduras históricas y culturales. Lo que sobrevive de la Biblia no es lo que tiene de histórico, de temporal (y tiene mucho), sino lo que encierra de suprahistórico, de supracultural. Cualquier hombre puede mirarse en ella no como en un retrato (en el que sólo se reconoce el retratado) sino como un río que refleja los rostros de todos los que a él se asoman.
PB: ¿Y el escritor? Un escritor como usted, ¿qué siente frente a la Biblia?
MD: Acudo permanentemente a la Biblia no por sus revelaciones religiosas sino por sus revelaciones humanas, por sus espléndidas metáforas poéticas, por sus relatos originales. Infinitamente más vasta que Homero, que Dante, que Shakespeare, que Cervantes, incomparablemente más rica que cualquier otra obra literaria, no deja de ser para mí, literatura, poesía, leyenda, historia, obra humana, fruto del “junco que piensa”.
PB: Los cristianos creemos que la Biblia es la Palabra de Dios, que es el mensaje de Dios para todos los hombres de todos los tiempos. ¿Qué siente un escritor cuando comprende que, al articular el lenguaje, está haciéndose partícipe de un atributo divino?
MD: Lamento no compartir la afirmación de que la palabra es un atributo concedido por Dios. Soy agnóstico. Pero lamentaría todavía más que un agnóstico no fuese escuchado. Creo que la humanidad comenzó cuando un ser vivo, llamado hombre desde entonces, pudo conectar los sonidos de su aparato fonético con las funciones cerebrales. Recordemos a Gurvitch[6]: si un marciano examinase el cadáver de un chimpancé y el de un hombre no encontraría ninguna diferencia en sus órganos de fonación. Pero el mono es mono porque no habla. Si hablase, sería hombre. La diferencia está allí. Después que el hombre hablaba inventó la escritura. Es otro giro de la historia y de la cultura. Con el lenguaje escrito quiso atesorar, como en una memoria colocada fuera de su cerebro, todo lo que valía la pena recordar. ¿No debería seguir siendo esa la función de la literatura? Por desgracia es, hoy por hoy, una misión olvidada o despreciada: la literatura se ha convertido tanto en la memoria de lo que hay que recordar como de lo que habría que olvidar, Yo trato que mi obra se mantenga fiel a la finalidad que el hombre persiguió al inventar la escritura.
PB: Alguna vez alguien comentó que si una hilera de hormigas avanzara en una dirección equivocada y un hombre alarmado les gritara que retrocedieran, no lo entenderían -seguramente no lo advertirían-, a menos que el hombre se convirtiera en una hormiga. La Biblia afirma que “el Verbo (la Palabra) se hizo carne y habitó entre nosotros” haciendo referencia a Jesús. Pensando en un hombre que está solo en el universo (no sabe siquiera si lo rodea un caos o un cosmos), ¿qué le sugiere la idea de un Dios buscando y comunicándose personalmente con el hombre?
MD: Toda y cualquier noción de Dios me resulta ininteligible, inalcanzable. Me niego a la imponderable hipocresía de ocultarlo, aunque esto me provoque dolor. No puedo responder a la pregunta que me formula.
PB: ¿Y usted? Como escritor y como ser humano, ¿qué expectativas tiene para el futuro?
MD: Ninguna en particular. Lo que se llama “progreso” es por un lado un “haber” y por el otro lado un “debe”. Siempre algo bueno y algo malo se pierde, siempre algo bueno y algo malo se gana. Preveo (así, a ojo de buen cubero) un avance desaforado de la tecnología y del poder político y, simultáneamente, una vuelta gradual a la familia, a la vida comunitaria, quizás a un rechazo de la sexualidad desvinculada del amor. Quizás, también, desaparezcan las enfermedades orgánicas, recrudezcan las enfermedades psíquicas y mentales. Acaso los jóvenes abandonen las ciudades, se hagan artesanos, habiten en los (pocos) bosques que queden, en las últimas praderas. Habrá como un hartazgo de las cosas materiales, de aparatos, de máquinas. Pero no sé si estoy convirtiendo mis deseos en predicciones.
PB: Muchas gracias.
© Pablo R. Bedrossian, 2014. Todos los derechos reservados.
REFERENCIAS
[1] Eco, Umberto, “El Nombre de la Rosa”, Editorial Lumen, Ediciones de la Flor, 9ª Ed.,p.482
[2] Neruda, Pablo, “Confieso que he vivido”, Editorial Lozada, 1974, p.73
[3] Barth, Karl (1886-1968). Teólogo protestante suizo de gran influencia en Europa. Durante el nazismo redactó en Alemania una declaración firmada por un grupo de pastores luteranos (la “Iglesia Confesante”) en donde afirmaba que el único fhürer era Jesucristo, por lo cual se vio obligado a emigrar a Suiza.
[4] Pascal, Blas (1623-1662). Físico, matemático, filósofo, teólogo y escritor francés. Probablemente su libro más importante sea “Pensamientos”, que recoge fragmentos sobresalientes de su obra teológica.
[5] Barbusse, Henri (1873-1935).Escritor francés, ferviente militante comunista stalinista. Su obra más famosa es “Le feu” (“El fuego”), citado incluso en “Diálogos Borges-Sábato”, Emecé Editores, 1976, p.27.
[6] Gurvitch, Georges (1894-1965). Sociólogo y jurista ruso naturalizado francés, de gran trayectoria docente y literaria. Es el mentor del hiperempirismo dialéctico que cuestiona seriamente la dialéctica hegeliana.
CRÉDITOS MULTIMEDIA
La primera foto, con Denevi fumando, fue enviada por él. No conservo la original, por lo que la escaneé del artículo. La segunda es una foto que tomé de la tarjeta que me envIó. De igual modo, me pertenece la foto que muestra el artículo original. Las otras dos fotos con su rostro fueron descargadas de la web y desconozco sus autores.
Lo bebí de un sorbo. No sólo sucede que Marco Denevi es uno de mis escritores favoritos, sino que tu introducción y la entrevista son impecables, y todos los temas que se trataron gozan de mi interés. Me nutrí con tanta idea carente de adornos y llena de contenido y me encuentro muy cercana a ambos, quizá situada en medio de los dos (por la manera de sentir y analizar a la humanidad). Gracias.
Gracias, querida Raquel, por tus palabras!
GENIAL!!! NO SABÍA QUE HABÍAS LOGRADO LLEGAR A MARCO DENEVI TAMBIÉN!!! QUÉ BUENAS PREGUNTAS!!! GRACIAS POR COMPARTIR ESTA JOYA… TODAVÍA RECUERDO LAS CARTAS QUE GENTILMENTE ME PRESTASTE PARA LEER DE SÁBATO…QUÉ LUJO…Y TU DIÁLOGO CON BORGES SIGUE SIENDO UNA DE LAS COSAS QUE MÁS ADMIRO…SOS UN GRANDE, PABLO!!!
Muy buenas preguntas y muy bien articuladas unas con otras. Se puede percibir en él la pena de no poder creer en un Dios; yo lo puedo percibir en mi propio padre, que quisiera creer pero no puede y hasta envidia la fe que tenemos sus tres hijas.