
En su libro “Free Play, la improvisación en la vida y en el arte»[1], el violinista y compositor Stephen Nachmanovitch propone que dentro de un autor coexisten dos personajes: El creador y el corrector. El creador deja fluir su pensamiento sin freno alguno, pero el corrector revisa paso a paso lo que hace el creador y lo cuestiona. El creador rompe moldes; el corrector le impone los límites. El creador propone; el corrector dispone: “esto sí, esto no”, “cambiemos aquí, adaptemos allá”. El input lo da el creador, pero el corrector es quien, sobre lo recibido del creador, determina el output. De ese balance entre libertad y orden es que se surge una pieza musical.
La palabra orden puede sonar carcelaria para un artista, sin embargo, aún el surrealista tiene un esquema o método para permitir que emerja libremente lo que hay dentro de él. En la literatura, Virginia Woolf se enfrentó con esta paradoja: “La mente recibe una miríada de impresiones: triviales, fantásticas, evanescentes… vienen de todos lados, una lluvia incesante de átomos innumerables… registrémoslos como caen en nuestra mente, en el orden en el que caen, busquemos su patrón aunque parezca incoherente y disconexo…”[2]. Esa secuencia definida en la frase “en el orden el que caen” muestra que aun crear a partir de lo que nos viene a la mente sigue lineamientos indicados por la conciencia. No se trata de identificar un patrón a posteriori sino entender que a priori el corrector que está dentro de nosotros necesariamente interviene proveyendo forma a lo informe, como si le diera cauce al agua proveniente de una inundación.
Pensemos en la música, y tomemos como ejemplo uno de sus elementos básicos: el ritmo. Si en cada estrofa cambiáramos el compás, y acento cayera en momentos diferentes, probablemente el oyente terminaría perturbado. Salvo que el propósito sea precisamente ése (podría utilizarse, por ejemplo, en la música que ornamenta una secuencia cinematográfica que busca causar terror), se necesita un balance entre genio y estructura para obtener el resultado deseado. Salvo que se proponga expresar el caos, la creación demanda corrección para ser expresiva (y, desde luego, mejorada) y a la vez poder ser entendida.
Si el creador rechazara al corrector, probablemente su obra no sería ni aceptada ni entendida por los demás. Si el corrector sujetara al creador, su obra probablemente aburriría y sería ignorada por el público. No digo que tenga que haber un punto medio. De ningún modo. En mi opinión el creador debe prevalecer, pero si no existe ese diálogo -o incluso tensión- entre creación y corrección, el producto será como esas piedras en bruto que pudiendo ser un diamante quedaron herrumbradas junto a otras piedras porque no se percibía en ellas ningún valor.
© Pablo R. Bedrossian, 2012. Todos los derechos reservados.
REFERENCIAS
[1] Stephen Nachmanovitch, “Free Play, la improvisación en la vida y en el arte», Ed.Paidos, 2007, p.152-153
[2] “Ficción moderna”, Virginia Woolf, citado en “El experimento de la conciencia”, Guillermo Martínez, http://guillermo-martinez.net/notas/El_experimento_de_la_conciencia
COMPARTO COMPLETAMENTE TU PENSAMIENTO !MUY BUENO!.Y GRACIAS POR ESTE ESPACIO !!
CREO ,QUE ,TODO ARTE, CONLLEVA UN INVESTIGAR,PENSAR ,BOCETAR. Y TRABAJAR MUCHO ANTES DE PLASMAR LA IDEA EN UN PLANO .
PRESENTAR NUESTRA OBRA !.ES UN PROCESO, QUE SE AFINA ,O SE PERFECCIONA ,CON DETALLE ,CON SENTIMIENTO PURO .COMO UN DETRAS DEL TELON EN EL TEATRO .UN ANTES Y UN DESPUES !.LOS RESULTADOS QUEDAN A LA VISTA DEL ESPECTADOR .
Y ESE EQUILIBRIO ENTRE EL CORRECTOR Y EL CREADOR CONJUGAN PERFECTAMENTE ESA ESENCIA ,DE MAGIA A TRASMITIR !.UN ARTISTA PERSIVE ,SABE .CUANDO ESTA TERMINADA LA OBRA !.ES COMO UN RELOJ INTERNO .
EL ARTE UNE A LOS PUEBLOS
EL HOMBRE QUE ENTIENDE ESTO:
AMA ,CREA Y SABE COMPARTIR .
NANCY MARTINOFF
Sabes, nunca había sido consciente de que dentro del proceso creativo que emprende el autor persiste en él siempre una lucha continua, ya que además de ser el creador es el corrector de su propia obra.
Así las cosas, no hay duda de que componer, sea que se trate de un libro o de canciones, es un verdadero arte porque el primer reto que enfrenta el autor es lograr poner de acuerdo esas dos fuerzas que coexisten dentro de él: la de creador y corrector, tarea nada fácil si se acepta que por naturaleza, cada uno de estos personajes procurará imponerse sobre el otro.