«Quien no recuerda el pasado está condenado a repetirlo» (George Santayana)
El 27 de enero de 2015 se cumplieron los 70 años de la liberación de Auschwitz, el campo de concentración más temido de la Historia, y del vecino campo de exterminio de Birkenau, ambos en la Polonia ocupada por los nazis. A partir de mediados de 1940 llegaron a sus barracas aproximadamente 1,300,000 personas, de las cuales sólo sobrevivieron unas 200,000.
La mayoría de los prisioneros eran judíos; además había polacos disidentes, gitanos, homosexuales, testigos de Jehová, personas con defectos físicos y muchos que no adherían al Tercer Reich o no eran considerados dignos de convivir con la raza aria. Morían por la brutalidad de los guardias, las cámaras de gas o las infrahumanas condiciones de vida a las que estaban sometidos.
Durante mi visita a Auschwitz y Birkenau adquirí un libro escrito por un sobreviviente, miembro de la resistencia polaca. Al leer las atrocidades padecidas comprendí que yo no hubiera sobrevivido ni un solo día. Fueron héroes todos, sobrevivientes y muertos.
LA VISITA POR FUERA
Un cartel de hierro negro con la inscripción Arbeit macht frei («El trabajo los hará libres») constituía la cínica bienvenida dada a los prisioneros.
Las herméticas fachadas de ladrillos rojos no revelan las monstruosidades cometidas dentro de sus paredes. Por ejemplo, un castigo «ejemplar» era encerrar a varias personas en un diminuto y asfixiante calabozo de menos de un metro cuadrado de superficie, donde generalmente alguno de ellos moría.
Los alambrados electrificados son prueba fehaciente de un destino sin otra escapatoria que la muerte. Javier Gómez Pérez calificó al sistema imperante en Auschwitz y Birkenau como la arquitectura de la demencia.
LA VISITA POR DENTRO
Al cruzar la puerta e introducirse en las barracas uno puede disecar la anatomía del horror. A modo de muestra, comparto imágenes de calzados y carteras encontrados en el lugar. Representan cientos de miles de vidas truncadas, talentos cuya oportunidad en la vida les fue amputada por quienes se arrogaron el derecho de hacerlo por creer absurdamente que pertenecían a una raza superior.
Las camas y los sanitarios son otra prueba de la despersonalización a la que los prisioneros eran sometidos. No había espacio para la privacidad, aun de los actos más íntimos.
Del mismo modo debían hacer sus necesidades en presencia de los demás.
La cámara de gas representaba el natural corolario a semejante tragedia. Viktor Frankl en su clásico «El hombre en busca de sentido» cuenta de un hombre que padecía una pesadilla muy cerca suyo en el campo de concentración. Sintió los gritos y pensó en despertarlo. Se abstuvo. No tenía sentido devolverlo a una realidad que no podía ser mejor que el peor de los sueños.
LA LIBERACIÓN
Cuando el ejército soviético entró en Auschwitz se encontró con unos siete mil prisioneros caquécticos y desconcertados; sus captores cobardemente habían huido horas antes. Hallaron además unos mil cadáveres listos para ser cremados y varias centenas diseminados por el campamento. Ante el avance de los aliados, 10 días antes Rudolf Höss dio la orden para empezar a evacuarlo en el miserable intento de reubicar 56,000 prisioneros en otros campamentos. Mientras tanto, las SS, una fuerza parapolicial y paramilitar del partido nazi, destruyó los archivos y voló crematorios en el propósito de borrar todo vestigio de la crueldad infinita ejercida por sus hombres en ese lugar.
Quiero a través de este relato rendir homenaje a todos esos valientes hombres y mujeres anónimos, ancianos, adultos, jóvenes y niños, que fueron asesinados por la maquinaria nazi. También quiero invitar a pensar en nuestra vida diaria y meditar sobre nuestra percepción de los problemas. En mi caso, recordar a los héroes de Auschwitz y Birkenau, me ayuda a poner la vida en perspectiva.
© Pablo R. Bedrossian, 2015. Todos los derechos reservados.
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