BREVE HISTORIA DEL TANGO (Parte 3): TANGO SIN FRONTERAS por Pablo R. Bedrossian

Piazzolla tuvo varios herederos musicales, hijos legítimos y bastardos. Negar su alcance universal sería una necedad. Músicos de la talla de Al Di Meola, Gary Burton, YoYo Ma y Gidon Kremer, por nombrar sólo unos pocos, han hecho maravillosos discos homenajeando su obra. En la Argentina, bandoneonistas como Rodolfo Mederos, Dino Saluzzi y Daniel Binelli fueron algunos de los que, siguiendo sus pasos, continuaron expandiendo las fronteras del tango y la abrieron a otros géneros. Algo parecido sucedió con los pianistas Pablo Ziegler, cuyo CD “Bajo Cero” obtuvo un Premio Grammy, o Gerardo Gandini con sus “Postangos”. Todos ellos tocaron con Piazzolla. Aunque algunos intentaron sustraerse de esa impronta, la huella piazzolleana perdura en sus obras, lo cual, lejos de desmerecerlas, las eleva, mostrando cómo se puede seguir construyendo a partir de los cimientos que otro colocó.

La primera década del XXI encuentra al tango en dos vertientes novedosas: La postpiazzolleana, que sin perder su esencia tanguera la aproxima al jazz y a la música clásica, y el chill out, una suerte de tango electrónico que pretende ser liviano y relajante, sirviendo más bien como música de fondo. Quizás el chill out tenga el mérito de retornar a las fuentes: Como el tango original, es una música sensual y provocativa. Además, músicos importantes como Gustavo Santaolalla, ganador de dos Premios Oscar a la mejor banda sonora para cine, han incursionado en esta rama del género. Sin embargo, por su propia esencia ligera, parece más una moda que una música perenne. En cambio, el camino postpiazzolleano se amplía día a día presentándose como imperecedero.

 LA MÚSICA Y EL INSTRUMENTO

A partir de Piazzolla llegaron un nuevo tango y una nueva forma de tocar el bandoneón. Cuando me refiero a un modo innovador de utilizarlo no voy a abordar la cuestión técnica sino la utilitaria. A partir de Piazzolla (por ejemplo, de sus encuentros con el saxofonista Gerry Mulligan, o de la creación de sus conciertos, que son verdaderas obras de música clásica), el bandoneón dejó de ser patrimonio del tango para pasar a la música universal.

Gabriel Rivano grabando en la Iglesia Danesa de Buenos Aires (foto del autor)

De origen alemán, este instrumento a fuelle fue creado para uso religioso; su principal virtud residía en ser portátil. Fue en Argentina donde se convirtió en sinónimo de tango. Sin embargo, hubo músicos que cruzaron ese límite. Aunque había habido intentos exóticos, como el de Barletta tocando música de Bach, recién después de Piazzolla el uso del bandoneón se extendió a otros géneros. Tal es el caso, por ejemplo, del mencionado Dino Saluzzi o de Gabriel Rivano. Gabriel, sin provenir de una escuela piazzoleana, capturó la idea de extender el uso del instrumento a otros géneros. No sólo lo utilizó en el jazz o la música clásica, sino, por ejemplo, en la música brasilera, el folclore argentino o la música beat. Su discografía atestigua que el bandoneón en el siglo XXI no necesita aferrarse al tango para generar belleza o melancolía.

Esteban Morgado tocando en el Café Homero, en Buenos Aires (foto del autor)

En cuanto a la nueva música que Piazzolla nos legó, universal y popular, quiero destacar a Esteban Morgado. A través de sus discos, y especialmente de su Cuarteto, ha generado un tango que excede la tradición que lo ha nutrido. A la inversa de Gabriel, es capaz de tomar un tema de Pat Metheny, de Sting o de Ennio Morricone y traducirlos al lenguaje tanguero. Su forma de componer, arreglar y tocar trasmite una atmósfera nostálgica que nos transporta en el tiempo y la distancia. Diría que la esencia de su música, aun cuando se sirva de obras propias de la world music, suena arrabalera… ¿cómo decirlo? Siempre tiene aroma a barrio. Inmune a la música comercial, Esteban nunca dejó que lo encandilaran “las luces malas del Centro”.

Esteban y Gabriel pertenecen a la misma Promoción que ingresó en 1971 al Colegio Nacional de Buenos Aires, de la cual formo parte. Tuve el privilegio de compartir con ellos y escucharlos muchas veces. Recuerdo cuando Gabriel me invitó a una grabación de un concierto para orquesta de cámara en la Iglesia Danesa del barrio de San Telmo, en Buenos Aires, elegida por su excelente acústica, o cuando en ese mismo histórico barrio porteño Esteban, tocando en un club de tango, me dedicó una canción por el nacimiento de mi hija Sophia, o cuando ambos tocaron juntos en un cumpleaños de nuestro amigo Ricardo Hara. Oír su música es una experiencia que deja huellas. Uno no puede salir luego de escucharlos tal cual llegó. Creo que ambos fenómenos (el bandoneón de Gabriel haciendo diversos géneros o Esteban con su Cuarteto transformando toda la música en un nuevo tango) serían imposibles sin haber habido un Ástor Piazzolla. Sin embargo, sería injusto quitarles mérito a músicos como ellos, creativos e innovadores.

Siempre la orquesta “típica” de tango conservará su público y el chill-out encontrará su lugar, aunque dejará de ser moda. Sin embargo no me parece aventurado afirmar que los surcos que Piazzolla abrió seguirán siendo recorridos por varias generaciones.

 

FOTOGRAFÍAS:

Todas las fotos fueron tomadas por el autor, y a él le pertenecen todos los derechos, a excepción de la foto del Pasamurallas, tomada por nuestra amiga Joan Ackley y utilizada con su permiso.

© Pablo R. Bedrossian, 2011. Todos los derechos reservados.

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