“MEDIANOCHE EN PARÍS”, LA INCREÍBLE REALIDAD DE NUESTROS SUEÑOS (por Pablo R. Bedrossian)

Serie GRANDES PELÍCULAS

Título: “Medianoche en París” (título original en inglés “Midnight in Paris”)

Director: Woody Allen

Año: 2011

Protagonistas: Owen Wilson (“Gil”), Rachel McAdams (“Inez”), Marion Cotillard (“Adriana”), Kathy Bates (“Gertrude Stein”),

No es novedad que el cine de Woody Allen se encuentra poblado de relaciones conflictivas y diálogos cargados de suspicacia e ironía. Para los que amamos obras maestras como “La rosa púrpura del Cairo” (1985) o “Hannah y sus hermanas” (1986), “Medianoche en París” fue reencontrarnos con el mejor cine de este controvertido escritor, cineasta y actor.

Trata sobre un guionista de Hollywood que aspira a convertirse en novelista, su novia, sus suegros millonarios y el viaje que realizan a la capital de Francia, donde transcurre la acción. Los novios tienen más de 30 años y piensan casarse, pero sus desavenencias se manifiestan en todo momento: ella quiere vivir en Los Ángeles, él en París; el es soñador, ella realista. Podríamos decir que ella es sofisticada y predecible y él, simple y complejo a la vez.

Cierta noche el joven decide salir a caminar. Durante un breve descanso, un automóvil antiguo se detiene delante suyo. Desde adentro lo invitan a subir; como está algo pasado de copas accede. Lo llevan a una fiesta donde se encuentra con grandes personalidades con las que jamás imaginó dialogar. A partir de ese instante, repite la ceremonia: todas las medianoches pasan por él, sumergiéndose en un mundo fascinante que lo aleja cada vez más de su novia. Es feliz en ese entorno, pero sabe que no le pertenece.

Gil, el guionista magistralmente caracterizado por Owen Wilson, encarna para nosotros al propio Woody Allen. Su forma de hablar, incluido el leve tartamudeo al conversar, nos remite permanentemente al director de la película; nos presenta sus miedos, sus sueños e incluso su neurosis, pero de un modo positivo. El problema no está en el protagonista, sino en la colisión entre las expectativas de su novia y su búsqueda de sentido vital, cuya respuesta descubrirá en un mundo que ya no existe.

Si temor a equivocarnos, podríamos afirmar “Medianoche en París” es la historia de un viajero en busca de un destino. En el camino tiene encuentros cautivantes que le van indicando la ruta, pero es él por sí mismo quien halla la salida.

Este film es para todos aquellos que soñamos y, a la vez, trabajamos despiertos para hacer realidad esos sueños. Nos podemos confundir en alguna bifurcación, pero si trabajamos por lo que queremos, tarde o temprano, habremos de encontrarlo.

© Pablo R. Bedrossian, 2023. Todos los derechos reservados.

BONUS: MEDIANOCHE EN PARÍS, UNA TRAMA BORGEANA

Woody Allen construye una trama con aroma borgeano. Si alguno duda de nuestra afirmación, el propio Borges comparte en un encuentro con María Esther Vázquez el resumen de «El sentido del pasado», una novela de Henry James[1] con elementos comunes a la película.

“El libro de (Henry) James se llama «El sentido del pasado». El protagonista es un muchacho norteamericano que vive en una vieja casa que ha pertenecido a sus antepasados en Londres. En la casa hay un cuadro al óleo que representa a un individuo del siglo XVIII exactamente igual a él y que ha quedado inconcluso. Nuestro protagonista vive leyendo libros del siglo XVIIÍ y les dice a sus amigos que se encuentra incómodo en el siglo actual y que desea vivir en aquella época. Nadie le cree. Entonces se encierra en su casa, solo, leyendo, y llega una noche en que, sin demasiada sorpresa, ve que en la pieza contigua hay una gran luz de candelabros, que hay mucha gente y que él mismo está vestido a la moda del siglo XVIII. No por un artificio científico, sino por la tenacidad y voluntad de su imaginación ha llegado al siglo XVIII. Sus antepasados lo reciben afectuosamente, creen que es un primo que ha venido de América y conoce a un famoso pintor que quiere retratarlo. Él le dice que no podrá concluir ese retrato. El artista le asegura que sí, pero a medida que la obra avanza el pintor tiene que desistir de su propósito, ya que hay algo en ese rostro del siglo XX que él, pintor del siglo XVIII, no puede entender. Luego el protagonista conoce, previsiblemente, a una muchacha, se enamora de ella, pero comprende que, como él ha sido un desterrado en el siglo XX, también lo es en el XVIII, es decir: es una persona híbrida, que no pertenece a ningún tiempo; en cada una de esas épocas sentirá nostalgia de la otra. Entonces se despide de su novia, porque tiene otro destino, que es el verdadero. Y es el destino de pensar en ella y de añorarla estando muy lejos. Pasa a la otra habitación y poco a poco se encuentra solo, frente al retrato inconcluso. En la última página, va a buscar la lápida en el cementerio y ve que esta muchacha ha muerto soltera hacia mil setecientos y tantos«.[2].


REFERENCIAS

[1] Se trata de una obra que James dejó incompleta; Borges la menciona en su famoso ensayo “La flor de Coleridge”, incluido en su libro “Otras Inquisiciones”, 1952

[2] Vázquez, María Esther, “Borges, sus días y su tiempo”, Javier Vergara, 1984, p.149, 150

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