Un león buscaba aplacar su sed. La lengua reseca delataba la deshidratación. El calor lo abrasaba, y cada paso se hacía más difícil. Finalmente encontró una laguna y confió que las penurias de aquel día desaparecerían de inmediato.
Con entusiasmo se acercó a la orilla, y cuando se aprestaba a beber, la imagen reflejada en la superficie lo asustó: Era un león inmenso, muy parecido a él. Espantado retrocedió. Necesitaba beber para recuperarse, pero no estaba dispuesto a exponerse ante aquel enorme felino de cabellera dorada.
Quiso alejarse, pero la desesperación lo empujó a repetir el intento. Caminó sigilosamente para que no lo detectara aquella fiera que seguramente se había apropiado de la laguna desde hacía tiempo. Luego de hacer una pausa, se asomó repentinamente y el espejo de agua, sin la más mínima demora, le devolvió el mismo rostro de la ocasión anterior. Con un ágil salto hacia atrás retrocedió. ¿Cómo puede ser –se preguntaba- que su congénere le hubiera adivinado el pensamiento? El pánico lo alejaba, pero la sed lo devolvía a la laguna sabiendo que sin agua moriría.
Convencido que no tenía alternativa se dispuso a arriesgarlo todo. Con las escasas fuerzas disponibles corrió hacia la laguna. Esta vez no se intimidó por lo que veía y hundió su cabeza en el agua para beber, mientras la temida imagen de aquel enemigo instantáneamente desapareció.
Autor desconocido, reescrito por Pablo R. Bedrossian. © Pablo R. Bedrossian, 2013. Todos los derechos reservados
Hermosa enseñanza!!!