MARRUECOS: UNA TRAVESÍA POR EL CORAZÓN DEL DESIERTO (por Pablo R. Bedrossian)

DÍA 1

Desde su fundación en el siglo XI, Marrakesh ha vivido del comercio; el epicentro es la enorme plaza Jemaa el Fna con sus encantadores de serpientes, puestos de comida y vendedores vocingleros. Dentro de las murallas de la medina[1], mercados instalados en laberínticas callejuelas hacen que la vida parezca detenida hace siglos, si no fuera por el rugir incesante de cientos de motocicletas. Sin embargo, la ciudad es también el punto de partida de una gran aventura: la mítica visita al desierto.

Son las 9 de la mañana. Viajaremos mi hija Sophi y quien escribe. En la gran plaza nos espera Youssef, nuestro guía; nos invita a subir a su Prado Land Cruiser TX. Iniciamos el camino en dirección sudeste. A medida que nos alejamos de la Marrakesh surgen los paisajes montañosos sobre los cuales se incrustan caseríos y aldeas de casas de adobe.

Con el ascenso desaparece el verdor de las laderas y emerge la aridez de los cerros desnudos. A lo lejos contemplamos restos de la nieve invernal aunque ya es primavera. El sinuoso camino parece una espiral deforme.

Llegamos al fin a Tizi n’Tichka, el paso de carreteras más alto del norte de África. Es un cruce a 2260 metros sobre la cordillera de los Altos Atlas. Nos sumamos a cientos de viajeros que se han detenido para admirar el panorama y comprar alguna artesanía.

El descenso nos introduce en otro territorio, rojizo y desértico. Desfilan ante nuestros ojos pequeñas aldeas y kasbahs[2] abandonadas.

Cuando apagamos el motor nos aturde un estruendoso silencio, solo interrumpido por algún silbido del viento.

Algunas ardillas salvajes cruzan la carretera mientras se hace notoria la escasez de árboles.

Llegamos al segundo punto de interés, la kasbah o ksar[3]de Ait Ben Haddou, una medina amurallada que sirvió como bastión militar; allí se rodaron varias películas, incluidas “Gladiador”. Su fabuloso aspecto es digno de “Las Mil y Una Noches”. Si bien su interior está saturado de tiendas de recuerdos, sus estrechos senderos y escalinatas le proveen un aura de misterio. Por delante suyo corre el río Ounila; en nuestra visita es apenas un hilo de agua.

El sitio ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1987. Aunque ha existido allí una fortaleza desde el siglo XI, se cree que todas sus estructuras actuales han sido levantadas a partir del siglo XVII, respetando su fisonomía primitiva.

Debemos continuar. La siguiente parada es otra kasbah de gran belleza, llamada Amridil. Construida a finales del siglo XVII por Mohammed Nassiri El Haskouri, un erudito descendiente del fundador de una famosa orden sufí[4], el edificio albergó una pequeña hermandad dedicada a la enseñanza del Corán. De tonalidad rojo ladrillo (el mismo de las otras kasbahs, como la de Ait Ben Haddou), muestra una arquitectura exquisita, destacándose sus hermosas torrecillas.

La kasbah Amridil cuenta con un pequeño museo sobre usos y costumbres; además, se filmaron también en su interior varias películas de época.

Ya oscureciendo, atravesamos el Valle de las Rosas, que todos los meses de mayo se tapiza de flores. Hacemos noche en el Hotel Kasbah Didis, en Aït Ougliff, sobre el valle de Dades. 

DÍA 2

Tras el desayuno en el hotel, continuamos nuestro viaje atravesando pueblos y aldeas de aspecto centenario. Como en todas las construcciones que hemos observado desde que iniciamos el viaje, dominan líneas rectas y el color rojizo a tono con el árido entorno.

Nuestra primera parada es en la Garganta del Todra, un cañón de roca escarpado debajo del cual corre el río. Nos cautiva la imponente pared de piedra erigida sobre nosotros.

Algunos valientes la escalan colgados con sogas; otros disfrutan del agua transparente o toman fotografías de ese magnífico espacio natural.

Proseguimos nuestra marcha al desierto. Nos detenemos brevemente en el ksar El Khorbat. Visitamos un museo dedicado al sistema tribal y a documentar las vestimentas, las comidas y las tradiciones; incluso, hay una referencia a una población israelita establecida en valles presaháricos desde más de veinte siglos, que fue fiel a su religión a pesar de la islamización de la zona.

Ahora sí, sin más dilaciones, nos dirigimos a nuestro principal destino. Durante el recorrido observamos camellos salvajes; el relieve se aplana y el sol se hace más intenso. Tras varias horas, arribamos al desierto de Erg Chebbe.

Pasamos a otra 4 x 4 preparada especialmente para las inclemencias del camino, uniéndonos a otros visitantes. Alrededor nuestro boogies y cuatrimotos parece volar sobre los médanos. Las dunas poseen un color naranja que contrasta con la luminosidad del cielo.

Luego de un corto trayecto, el conductor se detiene. Dialoga con un bereber[5] a cargo de una manada de camellos (en realidad, dromedarios). Llegan a un acuerdo. Descendemos para iniciar la travesía. Los animales se sientan en la arena para que los viajeros subamos sobre ellos. Nos tomamos fuerte del extremo superior de la montura mientras se levantan. Iniciamos lentamente la marcha. Formamos una fila conducida por un guía que va a pie.

Como si fueran olas, surfeamos las dunas a paso acompasado, mientras el sol desciende sobre nuestras espaldas. Sentimos la grandeza del momento y admiración por el paisaje. El paseo es maravillosamente lento.

Tras una media hora nos detenemos. Los dromedarios se agachan para facilitar nuestro descenso. Caminamos hasta un monte de arena para contemplar el atardecer. Asistimos calladamente al encantador crepúsculo.

El aro dorado se acuesta sobre la arena hasta desaparecer; a medida que se extingue la luz de los rayos, todo se pone gris.

Regresamos a los dromedarios. Está oscureciendo. Reina la quietud y la calma. Emprendemos la marcha para cubrir el último tramo.

Tras andar unos minutos divisamos nuestro campamento: un hotel de tiendas de lujo en medio del desierto.

Cenamos y no hay fuerzas para conversar sobre lo acontecido en el día. El sueño nos derrota.

DÍA 3

Nos despierta la luz matinal. Al asomarnos fuera de las tiendas, notamos algo extraño en el ambiente. “Ha comenzado una tormenta de arena”, nos dicen. Apuramos la salida porque todo repentinamente se va volviendo oscuro. El cielo toma un color café.  Apenas se divisa el camino, pues la ventisca de arena es intensa, pero nuestro guía y chofer conoce bien el terreno.

Nos detenemos brevemente en un pueblo de la tribu Gnawa o Gnaoua. Allí inmigrantes de diversas regiones de África se ganan la vida haciendo música.

No nos atrae y decidimos seguir. La ruta es durísima. Todo es piedra, sin otra vista. La tormenta de arena se aleja. La meseta que se extiende hasta el horizonte es plana y rígida.

Rompiendo la monotonía del paisaje, Observamos la precaria vivienda de una familia nómade bereber.

Pasan las horas. Es como si estuviéramos en el medio de la nada. El camino duro y ripioso luce interminable. Por momentos, a nuestra derecha se aparecen algunos cerros o dunas; salvo el silbido del viento, impera un silencio estremecedor.

Esto es también el desierto, no solo la arena. Son horas y horas, kilómetros y kilómetros los que recorremos. “Esta es la vieja ruta del Rally París -Dakar -nos recuerda el conductor-; aquí los pilotos se perdían y terminaban en cualquier lugar”. Lo dice porque no en todas partes hay una senda marcada.

Llegamos al fin al lugar al riad[6] Ouzina TGM, el sitio donde pernoctaremos. Tiene el mismo color de la arena y parece ser parte del desierto. Casi invisible, se alza delicadamente en ese entorno inhóspito. Hemos pasado horas sin ver a otros humanos, salvo a unos pocos en sus coches.

Pasamos allí el resto de la tarde. Llegan cabalgando unas jóvenes europeas junto a su guía; nos cuentan que han decidido cruzar el desierto a caballo; se hospedan también en el riad. Están cubiertas de polvo. Solo hay algunos arbustos esparcidos en ese mar de polvo, unos pocos cerros de piedra y los médanos desde los cuales observamos el atardecer.

DÍA 4

La noche pasa pronto y salimos con los albores del día. No hay camino; solo una huella. Nuevamente el desierto se muestra vasto e inconmovible. Está allí, rodeándolo y absorbiéndolo todo.

De pronto aparecen decenas de vehículos 4 x 4 en el horizonte. A medida que se acercan notamos son españoles que realizan el trayecto marroquí del rally París – Dakar. Son el único contacto humano en muchas horas. 

Pasan muchas horas sin la menor señal de vida alrededor nuestro. Nos detenemos junto a un antiguo pozo, alimentado seguramente por un río subterráneo. Hay cerca tres o cuatro árboles. Con asombro, como surgido de la nada en ese páramo yermo, se posa en una de sus copas un pequeño pájaro.

Luego de un inacabable trecho, comienza a aparecer la vegetación. La presencia de algunas viviendas nos indica que estamos llegando a nuestro destino: la mágica ciudadela de Nkob, con un oasis poblado de altas palmeras y las típicas construcciones rectilíneas de color rojizo. Allí, en el entorno hostil, la vida se abre paso de un modo asombroso.

Nos hospedamos en un hotel, el Kasbah Ennakhile, cuya magnífica azotea nos permite admirar desde lo alto el palmeral.

Decidimos bajar y caminar entre los árboles por los que corre un pequeño arroyo; hay arbustos con algunas flores y una llamativa variedad de pájaros. Regresamos. La cena nos devuelve las fuerzas luego de la interminable travesía por el desierto.

DÍA 5

Es nuestro último día. Nuevamente la arena. Iniciamos la marcha tratando de alejarnos del polvo que flota en el aire y lo impregna. Nos dirigimos a nuestro último punto antes de iniciar el retorno: la bella ciudad de Ouarzazate, al sur de los Altos Atlas (aquellos que cruzamos el primer día y volveremos a cruzar en unas horas). A diferencia de los últimos dos días, toda la carretera es de pavimento.

Arribamos al mediodía. El cielo ha tomado un color gris plomizo; sin embargo, no opaca el esplendor del lugar. La ciudad, también llamada Uarzazat, se conoce como la puerta del desierto.

Debe su fama no solo a sus bellas edificaciones sino a dos grandes estudios de cine que alberga, donde han rodado grandes éxitos de taquilla. Visitamos uno de ellos para ver dónde y cómo se filmaron algunas grandes películas.

Bajo la dirección de un guía, recorremos los sets de filmación que reproducen admirablemente lugares de la antigüedad.

Ahora sí, nos batimos en retirada; debemos retornar a Marrakesh y nos tomará varias horas. Dejamos otro mundo detrás. Transitamos por buenas carreteras. El paisaje empieza a recuperar la vegetación. No solo hemos admirado el desierto, sino que lo hemos sentido.

Podemos decir, al fin, objetivo cumplido.

© Pablo R. Bedrossian, 2023. Todos los derechos reservados.


BONUS: VIDEOS


REFERENCIAS

[1] Se llama medina a la parte antigua de las ciudades marroquíes. Generalmente son espacios amurallados que por dentro cuentan con plazas abiertas y estrechos callejones interconectados.

[2] Una kasbah es una fortaleza de adobe origen bereber. Tienen altos muros que servían tanto a fines defensivos militares como a la protección frente a tormentas de arena.

[3] Un ksar es una ciudadela amurallada, con viviendas por dentro y torres de vigilancia

[4] Los sufíes son conocidos como los místicos islámicos. Son creyentes musulmanes que dan prioridad al desarrollo de su espiritualidad por sobre el cumplimiento literal de los preceptos religiosos.

[5] Los bereberes son un conjunto de pueblos establecidos en el norte de África mucho antes de la llegada de los árabes, a principios del siglo VIII. Se llaman a sí mismos pueblo libre y su bandera tiene los colores azul, verde y amarillo.

[6] Un riad es un tipo de vivienda marroquí con un patio interior alrededor del cual se distribuyen las habitaciones.


CRÉDITOS MULTIMEDIA

Todas las fotografías y videos fueron tomados por el autor de esta nota y es el dueño de todos sus derechos.

Un comentario en “MARRUECOS: UNA TRAVESÍA POR EL CORAZÓN DEL DESIERTO (por Pablo R. Bedrossian)

  1. congratulations for the beautiful adventure, a journey of those who dream and if they materialize become unforgettable. Thank you for the emotions transmitted in this magnificent travel diary supported by beautiful images.

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